Epílogo

¿Recuerdas cómo nos conocimos? Me acerqué a ti y te dije: ¿Sabes? Desde que te he visto se que vas a ser el amor de mi vida. Yo no sabía ni lo que decía, solo quería captar tu atención. Tú tampoco me tomaste en serio. Sin embargo, aquella frase improvisada, resultado de exceso del alcohol y una noche de interminables miradas entre ambos, ha sido la mayor verdad que he dicho nunca.

Y es que eres la cicatriz que señala mi alma. Has marcado mi pasado, mi presente y mi futuro. Tú me enseñaste a ser feliz, tú me has hecho derrochar todas mis lágrimas y sólo tú serás mi pensamiento constante.

En cada recuerdo de felicidad que evoco, tú estás a mi lado. Lo siento, no consigo acordarme de porqué me alejé de ti. Será porque cuando marchaste, te llevaste en la maleta todos los malos momentos y tan sólo dejaste olvidado ese pedacito de ti que tanto amé.

Lo siento. Siento mi cobardía, mi frialdad y mis silencios; siento no habernos dado el digno final que nos merecíamos; siento que te fueras pensando que no me importabas; siento... que te fueras y ya no poder decírtelo.

Como siempre, llego tarde. Yo y mi maldita manía de dejarme llevar por la corriente sin decidir dónde quiero que me lleve la marea. Ahora ya no puedo quejarme, no tendría sentido. Las palabras quedaron sin decir y ahora cargo siempre con su peso. Quizá esa sea mi penitencia por cada una de las lágrimas que vertiste por mi.

Pero no mereces lamentaciones a destiempo. Así que no me quejaré más. Sólo te querré el resto de mi vida. Quizá esto también te llegue tarde, lo se. Será mi última muestra de egoísmo: déjame que tu recuerdo me acompañe siempre ¿vale? Así nunca más tendré que pasar mi noche sin ti.

Mi noche sin ti


Frío

Siento el frío muy dentro de mí y, a la vez, como si me abandonara, lejos de ti. Todo es eventual, y ni siquiera puedo ya hacerle caso a lo que siento… tan solo el frio.

Mi alma se escapa por algún lado, desangelada y vacía. La luz que alumbraba mi camino se apaga por momentos, y apenas si logro hacer una mueca de dolor ahogado. Tal vez, en otro momento y en otra situación, cualquier atisbo de pura esperanza hubiese sido casi milagroso. Ahora todo lo que me rodea no es más que la realidad, a la que ya no puedo hacer frente.

Y me queda tanto por decirte que no podría ni empezar. Es más, no lo haré. Sería hipócrita por mi parte dejarte tal cantidad de recuerdos y sentimientos que me estaría culpando para siempre, mas cuando no tiene sentido después de tanta pelea, abrir la caja de Pandora que resulta ser mi corazón.

Puede que por última vez me comporte como lo he hecho siempre, de manera extremista, lanzándome a conquistarte sin más galones que lo que sentía por ti y apenas saber que era lo que pasaba por esa cabeza loca. Puede, incluso, que nunca sepas valorar como es debido todo lo que he hecho por ti… pero así ha sido siempre. Yo siempre he sido así.

Cuesta creer que el espeso manto de miradas y gritos se vaya reduciendo poco a poco, y las luces que sostienen la ciudad se vuelvan más oscuras. Cuesta creer que hace 5 minutos intentara por última vez localizarte en el coche, camino a tu casa. Cuesta creer que no viera esa farola que amenazaba mi camino, mis sueños y mi vida…

Y ahora, cuesta creer que no te vaya a ver por última vez para decirte lo que he querido decirte todo este tiempo… Lo siento.

Supongo que, desde mi cielo, podré verte todos los días.
Aunque siga experimentando lo que es mi noche sin ti.

Incertidumbre


Por primera vez en mucho tiempo, conseguí dormir con sosiego en la soledad de mi cuarto. Sentí haber cerrado una puerta y que otra se abría ante mí, despacito, dejando ver tan sólo un pequeño resquicio, que no me permitía vislumbrar todavía qué me esperaba tras ella.

Nunca me gustó la incertidumbre y, sin embargo, siempre viví pendiendo de ella. En ésta situación, no era diferente. La incertidumbre lo envolvía todo. A pesar de ello, mi modo autómata de proceder en los últimos días, había hecho que todo me diera igual. Mis pensamientos no planeaban nada más allá del plazo de 24 horas.

No deseaba atravesar esa puerta de un golpe, con las ansias de descubrir el otro lado. Dejaría que las brisas del día a día, fueran abriéndola al ritmo que el destino marcará. El no plantearme nada, me liberaba de todos mis remordimientos, miedos y limitaciones. Por ahora, me estaba yendo bien así...

Me levanté una hora antes de que el despertador sonara. Decidí aprovechar mi buen humor para darle una sorpresa agradable: invitación a desayunar e ir juntos al trabajo. Sería mi forma de agradecer el cambio de chip que había provocado en mí y, de paso, recuperar mi chaqueta y mi móvil.

Cuando llegué, encontré unos ojos abiertos de par en par. No por la visita sorpresa, sino por una noche en vela.

“Te dejaste el móvil...”
“Lo sé...”
“Llamó...”

¿Llamó? Mis remordimientos pasados, camuflados bajo somníferos, alcohol y sexo, aparecieron de nuevo ante mí, más pesados que nunca. Un motivo más para adjudicarme el papel de culpable de todo esto.

No esperaba tu regreso a escena. Y no sabía si sería más fuerte la vergüenza de ver que ya tenías reemplazo entre mis brazos, para hacerte desaparecer sin hacer más ruido o el deseo de resarcirte y plantarme cara para hacerme todos los reproches que me merezco.

Contra mi voluntad, volvía a tener una razón para plantearme qué camino escoger.

… evitarte o ir en tu búsqueda.

Resentimiento


Me había pasado noches imaginando esa conversación, todas y cada una de las palabras que había pensado decir las tenía almacenadas una detrás de otra en mi mente….y sin embargo, se quedaron enmarañadas en ella tras escuchar una voz distinta al otro lado de la línea.

Sea como fuese, allí estaba tragando mi propio orgullo y dejando paso a que la rabia se manifestase, y con ella la cólera y los celos desmedidos. La absurda visión de todo lo que estaba pasando, cada unos de los dramáticos momentos de los últimos meses, tenían como origen mis propios actos, mi propia visión absurda de lo que había considerado como bueno. Y aún pensándolo, seguía siendo absurdo.

Era muy tarde para dar la vuelta atrás, para sincerarse de las malas acciones que había cometido, para volver a soñar de nuevo con un regreso. Esa voz había dinamitado cualquier vana esperanza de convertir de nuevo ese camino fangoso en baldosas amarillas.

Allí estaba, temblando tras la puerta cerrada de mi cuarto, sin saber qué hacer. Volvían los nervios a ganarme terreno, convirtiéndome en la persona sentimental que había sido durante tanto tiempo, haciendo las cosas por puro instinto, más con el corazón que con la cabeza.

Y entonces, comprendí cual era el siguiente paso a dar. Me daba igual lo que la gente pensara, si volvía arrastrándome o si estaba cometiendo un gran error.

Tenía que ir a su casa… y no sabía lo que podía ocurrir.

Resaca


Podía haberme ahorrado los dilemas mañaneros. Al salir de la ducha, no tuve que escaparme descaradamente inventándome una manida excusa. Me esperaba sonriente en la cama y su mirada dulce de un rato atrás había vuelto a ser tan lasciva y atrayente como la noche anterior. Se acercó con picardía y me arrancó la toalla. Cuando me quise dar cuenta, volvía a estar sobre mí tocando con maestría las teclas de mi deseo.

Ese día comprobé que tener una noche loca de sexo es como pasarte con el alcohol: te dejas llevar por el momento y eres feliz mientras tanto, sin importante nada más; pero a la mañana siguiente te encuentras fatal y te prometes que no lo volverás a hacer… sin embargo, a la mínima ocasión, vuelves a caer.

De nuevo, esa felicidad momentánea.

Sólo cuando dar la cara sea irremediable, sopesaré los daños colaterales de mis actos. Mientras, déjame disfrutar del momento. Nada prometí, nada puedes reclamarme. Esa será mi estúpida coraza… Aprovechemos mientras que mi piel sigue al descubierto. No me hagas alejarme de ti. Tan solo tienes que callar…

Volvió a atardecer entre sus sábanas. Antes de que volviera a enredarme entre sus besos, caí en la cuenta que al día siguiente sería lunes y que mi ropa tirada en el suelo, prácticamente desde la noche anterior, no era la más apropiada para presentarme en el trabajo. Se resistía a dejarme marchar, así que entre risas y juegos, conseguí liberarme de sus brazos y regresar a mi casa.

Tal fue la precipitación de mi huida, que ni siquiera me percaté en que me había dejado la chaqueta y el móvil. Mi amante había conseguido, sin proponérselo, que en pocas horas tuviera que volver a hacerle una visita…

Otra vuelta de tuerca


Eran las 2 AM y decidí levantarme de la cama. Últimamente me costaba dormir más de lo normal y la cama se hacía cada noche más grande, dejándome como isla en medio de la nada.

Dudé si encenderme un cigarrillo, pero deseché la idea de la cabeza. Salí al balcón para tomar el aire, un aire cargado de humedad preludio de lo que sería una buena tormenta. Así que decidí ir al salón y sentarme en el sofá, ese sofá que había servido para tantas y tantas horas de conversación telefónica hasta altas horas de la madrugada.

Conversaciones sin duda interesantes, en las que podíamos notar tanto las risas como los llantos, el éxito y el fracaso, la certeza y la duda… Éramos conscientes de todo lo que sentía y pasaba por la cabeza de la otra persona. Ahora solo el silencio y la dejadez invadían parte de ese salón y de ese sofá. Todo se había perdido.

Lentamente, y como si no hubiera perdido la costumbre, me senté donde siempre pensando en un momento que es lo que pasaba por mi cabeza en ese instante y, casi de memoria, fui marcando uno a uno los números que por un instante me acercarían tanto a ti que casi el anhelo de poder verte haría el resto y serviría al menos para desquitar esta cabeza loca.

Y en ese momento se detuvo la vida, se hizo un vacío enorme a mi alrededor. Se escuchaba un replicar de fondo engatusado con una música que me había aprendido de memoria, un tintineo casi mágico. Un dulzor en forma de sonrisa. Una sonrisa sin tapujos, como las que hacía tiempo no tenía.

Y unas palabras sinceras para la ocasión…

…“te echo de menos”…

Off


Admírame.

Adúlame.

Ámame.

Pero no me pidas que haga lo mismo.

No esperaba despertar ante aquella mirada que me recordara a ti: sincera, llena de esperanzas, dejando entrever un amor contenido durante demasiado tiempo…

Hizo que regresara de golpe esa sensación de culpabilidad por no sentir lo mismo, por no amar a quién me ama, por no ser capaz de darle ni un ínfimo cachito de mi alma. Sólo mi cuerpo por unos instantes, sin que se me reclamara nada más.

Había vuelto a tropezar en la misma piedra. Odiándome por el daño que te había hecho, lo había solventado dejando otra víctima en el camino. Otra víctima de mi egoísmo.

Quizá por eso fui incapaz de sostenerle la mirada ni por unos segundos. Suspiré profundamente para volver a encararla y le dediqué una fingida sonrisa. Cuando sus labios intentaron precipitarse sobre los míos, huí hacia la ducha.

Bajo el agua helada, mi maldito cerebro volvió a entrar en pleno funcionamiento y un cúmulo de sensaciones se agolpó dentro de mí, luchando por salir. De repente, te eche de menos. Fue una emoción extraña ya que me había acostumbrado a echarte de más.

¿Nostalgia de ti?

Ni siquiera eso. Así hubiera sido más sencillo. Cuándo se echa de menos a alguien, al menos sabes dónde centrar tus esfuerzos para recuperarle u olvidarle definitivamente. Pero no era tu ausencia en esa cama lo que me atormentaba. El problema es que a quién buscaba desesperadamente era a mí. Añoraba a quién fui tiempo atrás, cuando éramos capaces de hacernos felices. Me negaba a reconocerme en quién era ahora.

¿Qué hacer? ¿Salir y quebrar de nuevo las esperanzas de alguien que lo único que había hecho era quererme sin preguntas ni reparos? ¿O seguir siendo ese yo que repudiaba: huyendo con buenas palabras pero sin cerrar la puerta a futuros escarceos que aplacaran la soledad de mis interminables noches?

Una lucha interior demasiado complicada para solucionar en cinco minutos de ducha…

Cerebro off….
Sentimientos off…

Bittersweet Symphony


Algunas veces el pasado vuelve de la forma más imprevisible: ya sea a través de una llamada, un mensaje, una foto olvidada en algún cajón, una carta…

Curioso destino, el mío, encontrar ese recuerdo olvidado en forma de papel fotográfico, escondido quizás por vergüenza, quizás en un arrebato de no quiero volverte a ver. Fuera como fuese, ahí estaba, ahí estábamos.

Aquello me hizo volver como por arte de magia a aquellos tiempos, que no podía considerar ni buenos ni malos. No pretendo explicarme, cuando has vivido momentos buenos y la ruptura es trágica cuanto menos, el recuerdo es agridulce.

Y eso que había tenido el cuidado para estos casos… y cuantas noches no me había tentado la idea de mandar un mensaje, esos de las 3 AM, de los que al día siguiente no recuerdas haber mandado, que solo lo hiciste cuando el nivel de alcohol en sangre superaba hitos históricos.

El estómago para estos casos es mi peor aliado, sufre y me hace sufrir. La inquietud va invadiendo cada inhóspito recodo de lo que antes era mi cuerpo, ahora sólo es un amasijo de nervios. Un presente en el pasado, un olvido recordado. No soy yo.

Pero el tiempo y los golpes recibidos hacen fuertes a las personas. Claro que se aprende de lo vivido, pero de las experiencias malas sobre todo. Nadie quiere volver a vivir una situación inviable, inconsistente y cargada de malos tragos. Nadie aprueba que pensaras en que aún echas de menos a esa persona después de todo lo que ha pasado.

Y la vida pasa, y me enfrento con mis sueños y experiencias vividas. Me abofetea el viento cuando paso por la calle dudando, y me doy de bruces con la realidad cuando tan solo tengo al acostarme un lamento que hacerle a la almohada. Y ni tan siquiera, y después de tanto tiempo, he conseguido encontrar a alguien que me haga olvidarte, de tu pelo enmarañado por las mañanas, de tu signo prohibido escribiendo versos en susurros, dándole ventaja a la madrugada, a tu antojo…

…y es que, hay llamas que ni con el mar…

Tentación


Cuando el cerebro deja de divagar, los actos toman el mando. Puede ser un juego peligroso cuando el raciocinio decide regresar y evalúa las consecuencias de lo que hicieron los instintos desbocados.

Sabía que no estaba bien lo que había hecho, al menos en las formas. Pero las 12 horas de sueño inducido por unas cuantas pastillas, habían ayudado a aparcar durante ese tiempo mi manía de replantearme las mil y una formas hipotéticas de haberlo hecho, y a atontar de forma bastante notable el sentimiento de remordimiento.

Decidí mandar la razón a paseo y opté por emprender una huída hacia delante, sin mirar atrás. En el desierto de mi soledad sabía dónde hallar un oasis que saciara mis necesidades más básicas.

Y allí estaba yo, bajo el umbral de aquella puerta. Dar un paso más suponía caer en la tentación que tantas veces había ahuyentado y que, de pronto, buscaba con ansias.

Y lo di.

Se sorprendió de mi visita inesperada. Enseguida se deshizo en halagos hacía mí, adulando aquella ropa y aquel perfume que sabía que le encantaban. Esta vez no esquivé los cumplidos ni rechacé su invitación a quedarme a cenar.

Su compañía me era grata. Esa sensación de desasosiego empezaba a amainar. Sabía que me deseaba, y eso me hacía sentir bien. Necesitaba que me demostrara que yo era alguien especial, alguien a quién merecía la pena amar, ahora que hasta yo dudaba de ello.

Sus halagos me envolvían y anestesiaban mi dolor. El roce de sus manos por mi piel aplacaba ese frío que sentía calando hasta mis huesos. Las copas de vino blindaron bien mi mente, para que la racionalidad no llegara de improviso, arruinando el momento. Busqué con descaro el resto de su cuerpo. Lo quería todo en ese mismo instante para que, de una vez por todas, desapareciera esa nada que me invadía.

Horas después, sobre aquella cama extraña de la que ya conocía cada rincón y cada pliegue de las sábanas, sentí aquella sensación casi olvidada…. Felicidad.

No me importaba si era momentánea o simplemente ficticia. Por fin había vuelto. Traté de atraparla, fijar esa emoción en mi cuerpo y en mi mente. Sólo así podría retenerla en mi memoria para evocarla cuando el mundo real volviera a sacudirme en la soledad de mi habitación.

En medio de la noche


Habían pasado varios días desde que nos dijimos adiós. Perdida la esperanza, vino a visitarme mi mejor amiga en ese momento: la soledad.

Y es que por mucho que me rodeara de personas, me seguía sintiendo una persona infeliz. Estaba claro que no me iba a quedar en casa, mi habitación había escuchado ya demasiadas historias tristes, demasiados gritos, demasiados llantos.

Pero se hacía difícil el momento. Depende de cual fuera éste, las situaciones a las que me tenía que enfrentar me hacían ser una persona cuyo reflejo no era el original. Demasiadas cosas en tan poco tiempo.

Sea como fuere, la soledad era mi único sentimiento. Caminaba por las calles grises y me acechaba la inmensa realidad de haberte perdido. Te alejaste sin más, sin mirar atrás. Intentaba adivinarte entre la gente mientras, minuto tras minuto, mi vida seguía su curso sin rumbo fijado, y tanta abrumadora tormenta de pensamientos me impedía razonar con claridad.

Era la hora de confundirse entre las nocturnas luces de la ciudad, entre la algarabía de los locales de fiesta, mojarse en alcohol y disfrutar del tiempo que se me había concedido, tiempo para mi, para nadie más…

Tres cervezas después, con los amigos y las amigas de siempre, ya me sentía de otra manera, sin complicarme tanto la existencia con mi propia personalidad. Si acaso, el alcohol estaba mitigando los problemas que pensaba que tenía, porque realmente tanto comerme la cabeza era mi verdadero problema.

Y mientras iban pasando las horas, las copas, las risas….iba retomando mi anterior vida justo donde la dejé.

Me sentía capaz de todo.

Me sentía por fin especial.

Me sentía libre.



*Gracias a Indiecita por el texto que nos mandó.

Fin de la función


No encontré la liberación que esperaba. Ni siquiera limpié mi conciencia.

Al encontrarnos cara a cara, me transformé en un personaje interpretando su guión de memoria: las palabras salieron despedidas de mi boca una tras otra. Me sonaban como un disco rayado de tantas veces que habían rondado por mi mente en esos últimos días. Incluso parecían haber perdido su sentido.

Le tomé las manos, miraba al suelo, hablaba sin parar…

Parecía una escena conmovedora: mis palabras le enternecían, por fin oía de mí sinceridad en estado puro. Pero hasta lo que ahora me había parecido sinceridad, se convertía en una actuación políticamente correcta carente de sentimiento alguno.

Aunque por fin estaba allí, me sentí más lejos que nunca. Empecé a temblar...

Todo había cambiado. O quizá sólo yo, al darme de bruces con la realidad. Mi realidad.

Y lloré.

Lloré al ser consciente que no deseaba rozar sus labios. Lloré al sentir que no quería ni siquiera darle un abrazo de ánimo. El contacto de sus manos me violentaba. Sus ojos esperanzados me atravesaban como cuchillos.

Repentinamente, mi personaje se saltaba el guión. Y dije esa frase improvisada que rompía con el final feliz deseado.

“Creo que es mejor que no nos veamos más…”

No esperé si quiera a observar la reacción de mi público ya que supe que no oiría aplausos.

E hice mutis por el foro.

Lágrimas


Si algo he aprendido en todos estos años, es que después de una bronca con tu pareja no vale de nada prepararse el típico discursillo de “cantar las 40”. Si la otra persona habla primero, tus palabras ya no tendrán el sentido de decirlas. O tal y como a mi me pasa, me quedo en blanco y no sé qué decir, sólo adoptar la postura de aceptar y haber entendido sus palabras con cara de cordero degollado.

Tras sus sutiles palabras, más de lo mismo. Reacción en cadena de mi cuerpo, no acostumbrado a tanta información, o a tanto sentimiento que se me escapa.

No es momento de buscar excusas a todo esto que nos está pasando. Algo que me ha costado mucho entender es que si la relación se va a la mierda es culpa de los dos. No me gustaría aferrarme a la esperanza de sentirme especial como si fuese un hierro ardiendo, sólo por el motivo de pensar que después de ti no hay nada o que no encontraré a nadie mejor.

Claro que te quiero, negarlo es una inmensa tontería. Pero necesito algo de aire en estos momentos, aclarar mis pensamientos del todo y volver aquí con plena ilusión por lo nuestro. No quiero que te sientas mal por lo que ha pasado, soy responsable de mis actos y tú no tienes que pagar por ellos.

Pero sus lágrimas brotan, y a mi me hacen daño. No creo que sea consciente de que la situación ya no es tan grave. No llores, le dije, no soporto verte llorar.

Y mientras surgían las palabras, el día nos alcanzaba y las sombras desaparecían de nuestro alrededor lentamente. Hubiera querido enfrentarme a la conversación de otra manera, de otra forma menos violenta. Pero aquí estamos mirándonos a los ojos, sabiendo ambos que ese beso que tiene que estar al caer, no se va a producir.

Culpables


Miedo…

Si desapareces. Si no vuelvo a oír tu risa cada vez que digo una de mis tonterías. Si tus ojos no me miran más: adivinándome, leyéndome, queriéndome. Si nunca vuelves a dormirte junto a mí, mientras juegas con mi pelo. De no volver a sentir que la vida es fácil sólo porque la vivo contigo.


Egoísmo…

Tuyo. Mío. Porque tú sólo pensaste en tu dolor. Porque yo sólo pienso en el mío. Olvidaste un “nosotros”. Yo ahora intento hacerlo. No quiero verte mal, me conformo con lo mío. Verte así sólo me haría más daño. No sé si podría soportarlo.


Culpabilidad…

Que me invade. Y me odio. Porque me siento el ser más despreciable sobre la faz de la tierra. Por poner como excusa el miedo y como coraza el egoísmo para no tener que dar el paso. Por alejarme sabiendo que me necesitas. Porque no importa mi dolor más que tu vida.


Sigo teniendo miedo.


Pero tú no mereces mi egoísmo.


La culpabilidad me gana la partida…

Pide un deseo


Había pasado unas cuantas noches en la oscuridad de aquella habitación, usando como luz el brillo de la luna que entraba por la ventana. Había sido inútil no acercarse a contemplarla, pues había algo en aquel destello que invitaba a disfrutar del momento. Un mágico momento.

Recordaba imágenes de mi infancia pidiendo deseos a las estrellas, a la luna… deseos que no se cumplieron. Era como rememorar al viejo Cuentacuentos y escuchar aquellos relatos de amores, pero esta vez con finales donde los protagonistas no comían perdices. Tanto la nostalgia como la tristeza se habían hecho hueco en mi mente, y todo tenía un sabor más amargo que de costumbre. Me estaba dejando atrapar de nuevo.

De repente, todos mis sentidos se concentraron en el teléfono móvil. ¿Cuántos días hacía que no tenía noticias suyas? Me pareció una eternidad el tiempo transcurrido desde que había intentando suicidarme. Ya ni recordaba por qué había llegado hasta tal punto, pero me arrepentía todas las noches. Mi vida era un puto desastre.

Casi sin pensarlo, metí en una bolsa mis cosas y me dispuse a abandonar el hospital. Toda mi vida me había movido por impulsos, por sensaciones… ahora no iba a ser menos. Me sentía bien a pesar de todo, le tomaba el mando a mi vida y el destino era bueno. Tenía que serlo, lucharía por eso.

Al abrir la puerta, todos mis pensamientos se los llevó el aire.
La realidad no era tan distinta a lo que había soñado todas estas noches.
Ahí estaba, por fin, después de todo este tiempo.

Por primera vez, la luna me había concedido el deseo que había pedido.

Despierta


“Cuando tengas una pesadilla y quieras que se acabe, mueve la cabeza muy fuerte muy fuerte. Intenta abrir los ojos y cuando lo hagas, todo habrá pasado”.

Recuerdo esas palabras dichas por mi hermana en mi niñez, cuando por enésima vez invadí su cama llorando por un mal sueño. Desde aquella noche, ningún fantasma más ni el monstruo de debajo de la cama volvieron a asustarme. Tenía la fórmula mágica para alejar todo lo malo.

El problema viene cuando los fantasmas aparecen al despertar y te sientes, de repente, como el monstruo al que siempre temiste. Ni siquiera al volverte a dormir, de forma fugaz e intermitente, te dejan en paz (te dejas en paz). Finalmente, el sueño ni se molesta en hacer acto de presencia para dar una calma momentánea.

Y te das de bruces con la realidad, más descorazonadora que unas horas antes. Una llamada a las 5 de la mañana, una voz fría e impersonal al otro lado, que cuelga unos instantes después. Y mi mundo se derrumba.

Muevo la cabeza de forma inconsciente y me repito una y otra vez: Despierta, despierta, despierta…

Sin autocontrol


…no puedes seguir así

Me desperté escuchando mi propia voz en mi cabeza y, cuando me quise dar cuenta de dónde estaba, el dolor era demasiado grande, demasiado pausado. Había intentado jugar a ser Dios y lo único que había conseguido era un desesperado intento por quitarme del medio. Absurda juventud precipitada. Absurda e infantil mi manera de actuar.

Busqué a tientas el móvil. Quería disculparme por encima de todo, pero la verdadera razón era escuchar su voz. Tras la discusión esperaba encontrarme con una voz seria y seca, una voz dolida por mis actos, y aun así quería oírla, que me tranquilizase.

Las fuerzas me volvieron a fallar, la cama del hospital era demasiado peso añadido a los últimos acontecimientos. Deseché la idea de llamar y, por primera vez en mucho tiempo, me dispuse a reorganizar mis sentimientos.

Me culpaba de todo. ¿Tanta era la soledad que me rodeaba? Supongo que me había vuelto a equivocar, y esta vez había conseguido decepcionarme. Mal asunto. Si yo no me quería, ¿cómo lo iba a hacer el resto?

Una cosa estaba clara, ahora debía de ser un poco egoísta. Quizás lo fui con respecto a los dos, pero ahora necesitaba intentar salir de este maldito bache y seguir hacia delante, con su ayuda o sin ella.

“Eso será lo último que arregle de mi vida”

Queriéndote querer


Colgué. Suspiro con alivio.

Por fin tus gritos, primero, y sollozos entre lágrimas, después, dejan de atormentar mis oídos. Repetías que me querías de forma desesperada. Así no suena bonito. Antes, cada vez que lo decías se me erizaba la piel, ahora, tan sólo se me encoge el corazón.

No quiero oír que me quieres, no ahora que lo utilizas como uno más de tus ataques. Te reconcome que yo te conteste con un silencio. ¿Qué quieres que te diga si no se la respuesta? Sería fácil decir que yo también, dejarme llevar por la costumbre y cerrar los ojos ante todo lo que nos pasa. Pero no quiero mentiras piadosas o medias verdades que suavicen el trámite.

Quiero que mi “te quiero” se me escape de los labios, sin poder contenerlo, mirándote a los ojos mientras mis mejillas se sonrojan, como la primera vez. No quiero que esas palabras sean como una simple tirita que aplaque tu dolor.

Quiero sentir que te quiero, no me culpabilices por ello.

Pero ya he colgado y todas estas palabras han quedado sin decir. Tú gritabas, yo callaba. Tú llorabas, yo te echaba en cara tu chantaje emocional.

Colgar es el camino más fácil. Ya no puedes reprocharme nada más… Pero tus palabras siguen resonando y el recuerdo de tus sollozos partiéndome el corazón. Cierro los ojos. Pero ni así se desvanece esta sensación… Es miedo, dudas, cobardía. No quiero callar más.

La tensa espera


Respiro y trago.

Todo salió mal. Mejor dicho, las cosas no salieron como yo esperaba. No entendía el por qué del destino, por qué yo, por qué a mí.

Respiro y trago.

Había dejado transcurrir el tiempo entre lágrimas aparatosas y absurdos pensamientos, enfados inútiles que sólo servían para alimentar mi egocentrismo y desestabilizar la relación… tal y como me había dicho antes de colgar el teléfono.

Respiro y trago.

Las paredes de la habitación se hacían cada vez más pequeñas, y me agobiaba el hecho de pensar tan solo en su nombre. Y la mente me traía al presente momentos dulces del pasado, momentos llenos de grandes sensaciones, y ahora…ahora, ¿por qué me empeñaba en recordar?

Respiro y trago.

Lo asumo, quizás con algo de desidia. El temblor de mi mano me aconseja que no siga por este camino que me he marcado hace un rato. Creo que demasiado tarde. Como siempre, haciéndome daño. Buscando la manera de atormentarme.

Respiro con dificultad y trago.

Lentamente concibo la realidad que me invade. No lo quiero reconocer, pero esta es la situación. La oscuridad me reclama. El día se vuelve noche. Los sueños, pesadillas.

Mi noche sin ti no es lo mismo.

Trago.

No respiro…