En medio de la noche


Habían pasado varios días desde que nos dijimos adiós. Perdida la esperanza, vino a visitarme mi mejor amiga en ese momento: la soledad.

Y es que por mucho que me rodeara de personas, me seguía sintiendo una persona infeliz. Estaba claro que no me iba a quedar en casa, mi habitación había escuchado ya demasiadas historias tristes, demasiados gritos, demasiados llantos.

Pero se hacía difícil el momento. Depende de cual fuera éste, las situaciones a las que me tenía que enfrentar me hacían ser una persona cuyo reflejo no era el original. Demasiadas cosas en tan poco tiempo.

Sea como fuere, la soledad era mi único sentimiento. Caminaba por las calles grises y me acechaba la inmensa realidad de haberte perdido. Te alejaste sin más, sin mirar atrás. Intentaba adivinarte entre la gente mientras, minuto tras minuto, mi vida seguía su curso sin rumbo fijado, y tanta abrumadora tormenta de pensamientos me impedía razonar con claridad.

Era la hora de confundirse entre las nocturnas luces de la ciudad, entre la algarabía de los locales de fiesta, mojarse en alcohol y disfrutar del tiempo que se me había concedido, tiempo para mi, para nadie más…

Tres cervezas después, con los amigos y las amigas de siempre, ya me sentía de otra manera, sin complicarme tanto la existencia con mi propia personalidad. Si acaso, el alcohol estaba mitigando los problemas que pensaba que tenía, porque realmente tanto comerme la cabeza era mi verdadero problema.

Y mientras iban pasando las horas, las copas, las risas….iba retomando mi anterior vida justo donde la dejé.

Me sentía capaz de todo.

Me sentía por fin especial.

Me sentía libre.



*Gracias a Indiecita por el texto que nos mandó.

Fin de la función


No encontré la liberación que esperaba. Ni siquiera limpié mi conciencia.

Al encontrarnos cara a cara, me transformé en un personaje interpretando su guión de memoria: las palabras salieron despedidas de mi boca una tras otra. Me sonaban como un disco rayado de tantas veces que habían rondado por mi mente en esos últimos días. Incluso parecían haber perdido su sentido.

Le tomé las manos, miraba al suelo, hablaba sin parar…

Parecía una escena conmovedora: mis palabras le enternecían, por fin oía de mí sinceridad en estado puro. Pero hasta lo que ahora me había parecido sinceridad, se convertía en una actuación políticamente correcta carente de sentimiento alguno.

Aunque por fin estaba allí, me sentí más lejos que nunca. Empecé a temblar...

Todo había cambiado. O quizá sólo yo, al darme de bruces con la realidad. Mi realidad.

Y lloré.

Lloré al ser consciente que no deseaba rozar sus labios. Lloré al sentir que no quería ni siquiera darle un abrazo de ánimo. El contacto de sus manos me violentaba. Sus ojos esperanzados me atravesaban como cuchillos.

Repentinamente, mi personaje se saltaba el guión. Y dije esa frase improvisada que rompía con el final feliz deseado.

“Creo que es mejor que no nos veamos más…”

No esperé si quiera a observar la reacción de mi público ya que supe que no oiría aplausos.

E hice mutis por el foro.

Lágrimas


Si algo he aprendido en todos estos años, es que después de una bronca con tu pareja no vale de nada prepararse el típico discursillo de “cantar las 40”. Si la otra persona habla primero, tus palabras ya no tendrán el sentido de decirlas. O tal y como a mi me pasa, me quedo en blanco y no sé qué decir, sólo adoptar la postura de aceptar y haber entendido sus palabras con cara de cordero degollado.

Tras sus sutiles palabras, más de lo mismo. Reacción en cadena de mi cuerpo, no acostumbrado a tanta información, o a tanto sentimiento que se me escapa.

No es momento de buscar excusas a todo esto que nos está pasando. Algo que me ha costado mucho entender es que si la relación se va a la mierda es culpa de los dos. No me gustaría aferrarme a la esperanza de sentirme especial como si fuese un hierro ardiendo, sólo por el motivo de pensar que después de ti no hay nada o que no encontraré a nadie mejor.

Claro que te quiero, negarlo es una inmensa tontería. Pero necesito algo de aire en estos momentos, aclarar mis pensamientos del todo y volver aquí con plena ilusión por lo nuestro. No quiero que te sientas mal por lo que ha pasado, soy responsable de mis actos y tú no tienes que pagar por ellos.

Pero sus lágrimas brotan, y a mi me hacen daño. No creo que sea consciente de que la situación ya no es tan grave. No llores, le dije, no soporto verte llorar.

Y mientras surgían las palabras, el día nos alcanzaba y las sombras desaparecían de nuestro alrededor lentamente. Hubiera querido enfrentarme a la conversación de otra manera, de otra forma menos violenta. Pero aquí estamos mirándonos a los ojos, sabiendo ambos que ese beso que tiene que estar al caer, no se va a producir.

Culpables


Miedo…

Si desapareces. Si no vuelvo a oír tu risa cada vez que digo una de mis tonterías. Si tus ojos no me miran más: adivinándome, leyéndome, queriéndome. Si nunca vuelves a dormirte junto a mí, mientras juegas con mi pelo. De no volver a sentir que la vida es fácil sólo porque la vivo contigo.


Egoísmo…

Tuyo. Mío. Porque tú sólo pensaste en tu dolor. Porque yo sólo pienso en el mío. Olvidaste un “nosotros”. Yo ahora intento hacerlo. No quiero verte mal, me conformo con lo mío. Verte así sólo me haría más daño. No sé si podría soportarlo.


Culpabilidad…

Que me invade. Y me odio. Porque me siento el ser más despreciable sobre la faz de la tierra. Por poner como excusa el miedo y como coraza el egoísmo para no tener que dar el paso. Por alejarme sabiendo que me necesitas. Porque no importa mi dolor más que tu vida.


Sigo teniendo miedo.


Pero tú no mereces mi egoísmo.


La culpabilidad me gana la partida…

Pide un deseo


Había pasado unas cuantas noches en la oscuridad de aquella habitación, usando como luz el brillo de la luna que entraba por la ventana. Había sido inútil no acercarse a contemplarla, pues había algo en aquel destello que invitaba a disfrutar del momento. Un mágico momento.

Recordaba imágenes de mi infancia pidiendo deseos a las estrellas, a la luna… deseos que no se cumplieron. Era como rememorar al viejo Cuentacuentos y escuchar aquellos relatos de amores, pero esta vez con finales donde los protagonistas no comían perdices. Tanto la nostalgia como la tristeza se habían hecho hueco en mi mente, y todo tenía un sabor más amargo que de costumbre. Me estaba dejando atrapar de nuevo.

De repente, todos mis sentidos se concentraron en el teléfono móvil. ¿Cuántos días hacía que no tenía noticias suyas? Me pareció una eternidad el tiempo transcurrido desde que había intentando suicidarme. Ya ni recordaba por qué había llegado hasta tal punto, pero me arrepentía todas las noches. Mi vida era un puto desastre.

Casi sin pensarlo, metí en una bolsa mis cosas y me dispuse a abandonar el hospital. Toda mi vida me había movido por impulsos, por sensaciones… ahora no iba a ser menos. Me sentía bien a pesar de todo, le tomaba el mando a mi vida y el destino era bueno. Tenía que serlo, lucharía por eso.

Al abrir la puerta, todos mis pensamientos se los llevó el aire.
La realidad no era tan distinta a lo que había soñado todas estas noches.
Ahí estaba, por fin, después de todo este tiempo.

Por primera vez, la luna me había concedido el deseo que había pedido.

Despierta


“Cuando tengas una pesadilla y quieras que se acabe, mueve la cabeza muy fuerte muy fuerte. Intenta abrir los ojos y cuando lo hagas, todo habrá pasado”.

Recuerdo esas palabras dichas por mi hermana en mi niñez, cuando por enésima vez invadí su cama llorando por un mal sueño. Desde aquella noche, ningún fantasma más ni el monstruo de debajo de la cama volvieron a asustarme. Tenía la fórmula mágica para alejar todo lo malo.

El problema viene cuando los fantasmas aparecen al despertar y te sientes, de repente, como el monstruo al que siempre temiste. Ni siquiera al volverte a dormir, de forma fugaz e intermitente, te dejan en paz (te dejas en paz). Finalmente, el sueño ni se molesta en hacer acto de presencia para dar una calma momentánea.

Y te das de bruces con la realidad, más descorazonadora que unas horas antes. Una llamada a las 5 de la mañana, una voz fría e impersonal al otro lado, que cuelga unos instantes después. Y mi mundo se derrumba.

Muevo la cabeza de forma inconsciente y me repito una y otra vez: Despierta, despierta, despierta…

Sin autocontrol


…no puedes seguir así

Me desperté escuchando mi propia voz en mi cabeza y, cuando me quise dar cuenta de dónde estaba, el dolor era demasiado grande, demasiado pausado. Había intentado jugar a ser Dios y lo único que había conseguido era un desesperado intento por quitarme del medio. Absurda juventud precipitada. Absurda e infantil mi manera de actuar.

Busqué a tientas el móvil. Quería disculparme por encima de todo, pero la verdadera razón era escuchar su voz. Tras la discusión esperaba encontrarme con una voz seria y seca, una voz dolida por mis actos, y aun así quería oírla, que me tranquilizase.

Las fuerzas me volvieron a fallar, la cama del hospital era demasiado peso añadido a los últimos acontecimientos. Deseché la idea de llamar y, por primera vez en mucho tiempo, me dispuse a reorganizar mis sentimientos.

Me culpaba de todo. ¿Tanta era la soledad que me rodeaba? Supongo que me había vuelto a equivocar, y esta vez había conseguido decepcionarme. Mal asunto. Si yo no me quería, ¿cómo lo iba a hacer el resto?

Una cosa estaba clara, ahora debía de ser un poco egoísta. Quizás lo fui con respecto a los dos, pero ahora necesitaba intentar salir de este maldito bache y seguir hacia delante, con su ayuda o sin ella.

“Eso será lo último que arregle de mi vida”

Queriéndote querer


Colgué. Suspiro con alivio.

Por fin tus gritos, primero, y sollozos entre lágrimas, después, dejan de atormentar mis oídos. Repetías que me querías de forma desesperada. Así no suena bonito. Antes, cada vez que lo decías se me erizaba la piel, ahora, tan sólo se me encoge el corazón.

No quiero oír que me quieres, no ahora que lo utilizas como uno más de tus ataques. Te reconcome que yo te conteste con un silencio. ¿Qué quieres que te diga si no se la respuesta? Sería fácil decir que yo también, dejarme llevar por la costumbre y cerrar los ojos ante todo lo que nos pasa. Pero no quiero mentiras piadosas o medias verdades que suavicen el trámite.

Quiero que mi “te quiero” se me escape de los labios, sin poder contenerlo, mirándote a los ojos mientras mis mejillas se sonrojan, como la primera vez. No quiero que esas palabras sean como una simple tirita que aplaque tu dolor.

Quiero sentir que te quiero, no me culpabilices por ello.

Pero ya he colgado y todas estas palabras han quedado sin decir. Tú gritabas, yo callaba. Tú llorabas, yo te echaba en cara tu chantaje emocional.

Colgar es el camino más fácil. Ya no puedes reprocharme nada más… Pero tus palabras siguen resonando y el recuerdo de tus sollozos partiéndome el corazón. Cierro los ojos. Pero ni así se desvanece esta sensación… Es miedo, dudas, cobardía. No quiero callar más.

La tensa espera


Respiro y trago.

Todo salió mal. Mejor dicho, las cosas no salieron como yo esperaba. No entendía el por qué del destino, por qué yo, por qué a mí.

Respiro y trago.

Había dejado transcurrir el tiempo entre lágrimas aparatosas y absurdos pensamientos, enfados inútiles que sólo servían para alimentar mi egocentrismo y desestabilizar la relación… tal y como me había dicho antes de colgar el teléfono.

Respiro y trago.

Las paredes de la habitación se hacían cada vez más pequeñas, y me agobiaba el hecho de pensar tan solo en su nombre. Y la mente me traía al presente momentos dulces del pasado, momentos llenos de grandes sensaciones, y ahora…ahora, ¿por qué me empeñaba en recordar?

Respiro y trago.

Lo asumo, quizás con algo de desidia. El temblor de mi mano me aconseja que no siga por este camino que me he marcado hace un rato. Creo que demasiado tarde. Como siempre, haciéndome daño. Buscando la manera de atormentarme.

Respiro con dificultad y trago.

Lentamente concibo la realidad que me invade. No lo quiero reconocer, pero esta es la situación. La oscuridad me reclama. El día se vuelve noche. Los sueños, pesadillas.

Mi noche sin ti no es lo mismo.

Trago.

No respiro…