Off


Admírame.

Adúlame.

Ámame.

Pero no me pidas que haga lo mismo.

No esperaba despertar ante aquella mirada que me recordara a ti: sincera, llena de esperanzas, dejando entrever un amor contenido durante demasiado tiempo…

Hizo que regresara de golpe esa sensación de culpabilidad por no sentir lo mismo, por no amar a quién me ama, por no ser capaz de darle ni un ínfimo cachito de mi alma. Sólo mi cuerpo por unos instantes, sin que se me reclamara nada más.

Había vuelto a tropezar en la misma piedra. Odiándome por el daño que te había hecho, lo había solventado dejando otra víctima en el camino. Otra víctima de mi egoísmo.

Quizá por eso fui incapaz de sostenerle la mirada ni por unos segundos. Suspiré profundamente para volver a encararla y le dediqué una fingida sonrisa. Cuando sus labios intentaron precipitarse sobre los míos, huí hacia la ducha.

Bajo el agua helada, mi maldito cerebro volvió a entrar en pleno funcionamiento y un cúmulo de sensaciones se agolpó dentro de mí, luchando por salir. De repente, te eche de menos. Fue una emoción extraña ya que me había acostumbrado a echarte de más.

¿Nostalgia de ti?

Ni siquiera eso. Así hubiera sido más sencillo. Cuándo se echa de menos a alguien, al menos sabes dónde centrar tus esfuerzos para recuperarle u olvidarle definitivamente. Pero no era tu ausencia en esa cama lo que me atormentaba. El problema es que a quién buscaba desesperadamente era a mí. Añoraba a quién fui tiempo atrás, cuando éramos capaces de hacernos felices. Me negaba a reconocerme en quién era ahora.

¿Qué hacer? ¿Salir y quebrar de nuevo las esperanzas de alguien que lo único que había hecho era quererme sin preguntas ni reparos? ¿O seguir siendo ese yo que repudiaba: huyendo con buenas palabras pero sin cerrar la puerta a futuros escarceos que aplacaran la soledad de mis interminables noches?

Una lucha interior demasiado complicada para solucionar en cinco minutos de ducha…

Cerebro off….
Sentimientos off…

Bittersweet Symphony


Algunas veces el pasado vuelve de la forma más imprevisible: ya sea a través de una llamada, un mensaje, una foto olvidada en algún cajón, una carta…

Curioso destino, el mío, encontrar ese recuerdo olvidado en forma de papel fotográfico, escondido quizás por vergüenza, quizás en un arrebato de no quiero volverte a ver. Fuera como fuese, ahí estaba, ahí estábamos.

Aquello me hizo volver como por arte de magia a aquellos tiempos, que no podía considerar ni buenos ni malos. No pretendo explicarme, cuando has vivido momentos buenos y la ruptura es trágica cuanto menos, el recuerdo es agridulce.

Y eso que había tenido el cuidado para estos casos… y cuantas noches no me había tentado la idea de mandar un mensaje, esos de las 3 AM, de los que al día siguiente no recuerdas haber mandado, que solo lo hiciste cuando el nivel de alcohol en sangre superaba hitos históricos.

El estómago para estos casos es mi peor aliado, sufre y me hace sufrir. La inquietud va invadiendo cada inhóspito recodo de lo que antes era mi cuerpo, ahora sólo es un amasijo de nervios. Un presente en el pasado, un olvido recordado. No soy yo.

Pero el tiempo y los golpes recibidos hacen fuertes a las personas. Claro que se aprende de lo vivido, pero de las experiencias malas sobre todo. Nadie quiere volver a vivir una situación inviable, inconsistente y cargada de malos tragos. Nadie aprueba que pensaras en que aún echas de menos a esa persona después de todo lo que ha pasado.

Y la vida pasa, y me enfrento con mis sueños y experiencias vividas. Me abofetea el viento cuando paso por la calle dudando, y me doy de bruces con la realidad cuando tan solo tengo al acostarme un lamento que hacerle a la almohada. Y ni tan siquiera, y después de tanto tiempo, he conseguido encontrar a alguien que me haga olvidarte, de tu pelo enmarañado por las mañanas, de tu signo prohibido escribiendo versos en susurros, dándole ventaja a la madrugada, a tu antojo…

…y es que, hay llamas que ni con el mar…

Tentación


Cuando el cerebro deja de divagar, los actos toman el mando. Puede ser un juego peligroso cuando el raciocinio decide regresar y evalúa las consecuencias de lo que hicieron los instintos desbocados.

Sabía que no estaba bien lo que había hecho, al menos en las formas. Pero las 12 horas de sueño inducido por unas cuantas pastillas, habían ayudado a aparcar durante ese tiempo mi manía de replantearme las mil y una formas hipotéticas de haberlo hecho, y a atontar de forma bastante notable el sentimiento de remordimiento.

Decidí mandar la razón a paseo y opté por emprender una huída hacia delante, sin mirar atrás. En el desierto de mi soledad sabía dónde hallar un oasis que saciara mis necesidades más básicas.

Y allí estaba yo, bajo el umbral de aquella puerta. Dar un paso más suponía caer en la tentación que tantas veces había ahuyentado y que, de pronto, buscaba con ansias.

Y lo di.

Se sorprendió de mi visita inesperada. Enseguida se deshizo en halagos hacía mí, adulando aquella ropa y aquel perfume que sabía que le encantaban. Esta vez no esquivé los cumplidos ni rechacé su invitación a quedarme a cenar.

Su compañía me era grata. Esa sensación de desasosiego empezaba a amainar. Sabía que me deseaba, y eso me hacía sentir bien. Necesitaba que me demostrara que yo era alguien especial, alguien a quién merecía la pena amar, ahora que hasta yo dudaba de ello.

Sus halagos me envolvían y anestesiaban mi dolor. El roce de sus manos por mi piel aplacaba ese frío que sentía calando hasta mis huesos. Las copas de vino blindaron bien mi mente, para que la racionalidad no llegara de improviso, arruinando el momento. Busqué con descaro el resto de su cuerpo. Lo quería todo en ese mismo instante para que, de una vez por todas, desapareciera esa nada que me invadía.

Horas después, sobre aquella cama extraña de la que ya conocía cada rincón y cada pliegue de las sábanas, sentí aquella sensación casi olvidada…. Felicidad.

No me importaba si era momentánea o simplemente ficticia. Por fin había vuelto. Traté de atraparla, fijar esa emoción en mi cuerpo y en mi mente. Sólo así podría retenerla en mi memoria para evocarla cuando el mundo real volviera a sacudirme en la soledad de mi habitación.