Resaca


Podía haberme ahorrado los dilemas mañaneros. Al salir de la ducha, no tuve que escaparme descaradamente inventándome una manida excusa. Me esperaba sonriente en la cama y su mirada dulce de un rato atrás había vuelto a ser tan lasciva y atrayente como la noche anterior. Se acercó con picardía y me arrancó la toalla. Cuando me quise dar cuenta, volvía a estar sobre mí tocando con maestría las teclas de mi deseo.

Ese día comprobé que tener una noche loca de sexo es como pasarte con el alcohol: te dejas llevar por el momento y eres feliz mientras tanto, sin importante nada más; pero a la mañana siguiente te encuentras fatal y te prometes que no lo volverás a hacer… sin embargo, a la mínima ocasión, vuelves a caer.

De nuevo, esa felicidad momentánea.

Sólo cuando dar la cara sea irremediable, sopesaré los daños colaterales de mis actos. Mientras, déjame disfrutar del momento. Nada prometí, nada puedes reclamarme. Esa será mi estúpida coraza… Aprovechemos mientras que mi piel sigue al descubierto. No me hagas alejarme de ti. Tan solo tienes que callar…

Volvió a atardecer entre sus sábanas. Antes de que volviera a enredarme entre sus besos, caí en la cuenta que al día siguiente sería lunes y que mi ropa tirada en el suelo, prácticamente desde la noche anterior, no era la más apropiada para presentarme en el trabajo. Se resistía a dejarme marchar, así que entre risas y juegos, conseguí liberarme de sus brazos y regresar a mi casa.

Tal fue la precipitación de mi huida, que ni siquiera me percaté en que me había dejado la chaqueta y el móvil. Mi amante había conseguido, sin proponérselo, que en pocas horas tuviera que volver a hacerle una visita…

Otra vuelta de tuerca


Eran las 2 AM y decidí levantarme de la cama. Últimamente me costaba dormir más de lo normal y la cama se hacía cada noche más grande, dejándome como isla en medio de la nada.

Dudé si encenderme un cigarrillo, pero deseché la idea de la cabeza. Salí al balcón para tomar el aire, un aire cargado de humedad preludio de lo que sería una buena tormenta. Así que decidí ir al salón y sentarme en el sofá, ese sofá que había servido para tantas y tantas horas de conversación telefónica hasta altas horas de la madrugada.

Conversaciones sin duda interesantes, en las que podíamos notar tanto las risas como los llantos, el éxito y el fracaso, la certeza y la duda… Éramos conscientes de todo lo que sentía y pasaba por la cabeza de la otra persona. Ahora solo el silencio y la dejadez invadían parte de ese salón y de ese sofá. Todo se había perdido.

Lentamente, y como si no hubiera perdido la costumbre, me senté donde siempre pensando en un momento que es lo que pasaba por mi cabeza en ese instante y, casi de memoria, fui marcando uno a uno los números que por un instante me acercarían tanto a ti que casi el anhelo de poder verte haría el resto y serviría al menos para desquitar esta cabeza loca.

Y en ese momento se detuvo la vida, se hizo un vacío enorme a mi alrededor. Se escuchaba un replicar de fondo engatusado con una música que me había aprendido de memoria, un tintineo casi mágico. Un dulzor en forma de sonrisa. Una sonrisa sin tapujos, como las que hacía tiempo no tenía.

Y unas palabras sinceras para la ocasión…

…“te echo de menos”…