3. Apagado o fuera de cobertura

Siempre me has reprochado no saber afrontar los errores que cometo a causa de alguna borrachera. Me recriminas mi forma de perder la cabeza y no plantearme las consecuencias de mis actos. El alcohol es lo que tiene, hace que nada importe demasiado: ni hacer el ridículo en público, ni hablar más de la cuenta con quién no debes, ni acabar en la cama con alguien de quién sólo te importa que tiene buen culo. En general, si todos los presentes comparten el mismo nivel de alcohol en sangre, no hay problema. Que nadie se acuerde, equivale a que nada pasó. Y si a alguien se le ocurre pedir explicaciones, la excusa de la borrachera es un “todo vale”, bastante efectivo para salir del paso.

Sin embargo, debería ir planteándome la abstemia para ahorrarme más de un quebradero de cabeza. Meter la pata con alguien de quien a duras penas recuerdo el nombre, en ocasiones, puede removerme la conciencia durante un par de días. Una semana a lo sumo si, además, cometí el desliz de darle mi número de teléfono mintiéndole con que estaba deseando que hubiera una segunda vez. En esos casos, si desgraciadamente la otra parte me cree, tan sólo hay que dejar el teléfono sonar o unos mensajes sin contestar. Dar la callada por respuesta suele tener rápidos resultados, ya que la mayoría prefiere olvidarse del tema antes que correr el riesgo de insistir y acabar perdiendo la dignidad.


El problema empeora si ese "alguien" eres tú, de quién conozco el nombre y toda una vida. Mi conciencia sufre un terremoto de remordimientos. No se bien qué pasó anoche, pero algo dentro de mi opina que demasiado. En esta ocasión, no creo que sea posible que el lunes, como cada semana, entre cañas y risas, despellejemos al ligue de turno. Ojala fueras, simplemente, uno de esos rollos de una noche, que desaparecen de mi mente al siguiente fin de semana sin demasiadas consecuencias. Pero, de repente, es tu nombre el que parpadea en la pantalla de mi móvil y yo, más que nunca, me arrepiento del haberme dejado llevar por culpa del exceso de cubatas. Sin embargo, nada cambia. Tras tu segundo intento, recurro a mi evasiva habitual….


Apagado o fuera de cobertura.

2. Dejarse llevar


No sabía muy bien cómo entender esa mirada, pero el impacto que hizo en mi interior no creo que lo olvide. Me hacía sentirme especial. Como si tú y yo fuéramos las únicas personas de este sitio. Y mi ego creciendo por momentos.

Las palabras surgían sin pensar, a veces con ese tono tan descarado que tanto te gustaba. Mientras hablabas, no podía dejar de mirarte a los labios. Yo y mis preguntas en mi cabeza. ¿Cómo sería el sabor de tus besos?. ¿Y el calor de tu cuerpo?. ¿Y tus ojos mirando los míos como si fuésemos algo más que amigos?

Después de varios minutos así, mi cabeza era un hervidero. Sólo tenía una cosa en la cabeza. Besarte. No tenía otra opción, no quería quedarme con la sensación de no haberlo intentado. Dejarme llevar sonaba demasiado bien.

En ese momento, mi mano en tu cintura. Un poco de timidez en tus gestos. Mi boca buscando la tuya. Cruce de miradas. Ese breve instante antes del primer beso. Tus labios. Tu lengua.

Repetías que eso no estaba bien. Yo también me hacía una idea. Quizás no era el momento. Quizás no deberíamos haber dado ese paso. Es más, tal vez nos deberíamos haber limitado a charlar como solíamos hacer.

Pero te deseaba. Igual que tú a mí. Otro beso más y adiós remordimientos.

Arrepentirse no estaba escrito en nuestro destino.

Dejarse llevar suena demasiado bien. Demasiado bien.

1. Rompecabezas

Abro los ojos… o eso intento. El despiadado ataque de los rayos de sol que se filtran entre los pliegues de la persiana, amenaza con pulverizar mis retinas. Me protejo escondiéndome tras la almohada.

Dolor de cabeza. Tremendo dolor de cabeza. Pequeñas piezas de puzle se amontonan en mi resacoso cerebro, tratando de reconstruir qué pasó anoche. Entre copa y copa, tú. Tu risa desinhibida. Tus frases de doble sentido susurradas en mi oído. Tu repentina cercanía. Todo tan extrañamente atrayente.

Recuerdo tu boca, de repente, encadenada a la mía. Mi mente desmemoriada, deja un espacio en blanco tras ese beso fortuito. Después, tan sólo la confusa imagen de unas manos apresuradas sobre el cuerpo y otras que las detienen. ¿Tuyas o mías?

Las densas lagunas que el alcohol ha dejado en mi cabeza, me impiden discernir la realidad, velada tras esos escasos y ambiguos recuerdos. Entre toda la maraña, una sola frase resuena una y otra vez, incuestionablemente real:


“Los amigos no deberían hacer estas cosas”

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