24. Epílogo


Nunca pensé que pudiera doler tanto tu despedida.
Quizás nunca me la he creído del todo.

Tal vez, y sólo en este momento, pueda hacer acopio de valor y enjugar las lágrimas. Este no era nuestro final, no lo había previsto, no estaba escrito para ninguno de los dos. Pero así sucedió.

Te marchaste sin dejar rastro, sin saber por qué te fuiste. Tan solo abandonaste el lugar.
Con el paso de los días, empiezo a notar que me falta algo en mí día a día. Los nervios se hacen presentes en mi rutina. Mi maldita cabeza se empeña en hacer triviales todas mis cosas. Ya no hay nada más importante, ya no hay una razón por la que sonreír a la vida.

La distancia termina conmigo y los sentimientos, como hojas muertas del invierno, se los lleva el viento. Deja tras de sí mi cuerpo como solar en venta. Funeral interno. Susurros del pasado. Agonía en estado puro.

Pero no, mi alma no ha muerto. Con tiempo y paciencia, siempre he salido de todo. Tardaré más, tardaré menos, pero siempre, siempre, lo he hecho. A veces por olvido, por propia convicción de que puedo hacerlo, o por tener el corazón acorazado para evitar sufrir en ocasiones como estas. Todo pasa.

Aunque a veces, decida aparecerse un recuerdo de la nada. Me asombra el pensar que estoy viviendo ese momento como si estuvieras aquí de nuevo. Volverte a sentir, y hacerme daño de nuevo. Echarte de menos, mucho.

Vuelve a mí la triste realidad que me seduce, intentar olvidarte. Y lo único que consigo es tenerte más presente sin estar.

No sé si será en esta vida o en la siguiente, pero no echaré de menos mi noche sin ti.
Al despertar, tus ojos me dirán que no.

23. Mi noche sin ti

Sin esperarlo, oigo las palabras que siempre he deseado. Mi cabeza queda bloqueada pero mi cuerpo es sabio y actúa por inercia. Sé que es lo correcto. Esto es el cambio que necesitaba. Hoy es el primer día del resto de mi vida. Voy a tomar las riendas. Voy a ser feliz.

Son muchos años buscándolo, como quien no quiere la cosa, casi en secreto, avergonzándome por tener aspiraciones tan altas. La mayoría de personas que me conocen, seguramente piensen que no me lo merezco. Incluso yo lo pensé más de una vez. Reconozco que tengo mil defectos, pero también yo necesito una oportunidad. Y al fin, alguien ha sabido valorar lo bueno que hay en mí.

Nunca pensé que sería así, justo ahora. Pero creo que es lo mejor que me podía suceder. Tarde o temprano tenía que pasar y, en el fondo, quizá este sea el momento más oportuno. Me dejaré llevar, como siempre. Así será todo más sencillo. No he de plantearme qué es lo que realmente quiero ahora, eso lo estropearía todo. Haré lo que se espera de mí, sin más. Es hora de pasar a la acción. El tiempo dirá si esta vez acerté. Tal vez no resulte. Puede incluso que sea incapaz de estar a la altura de las circunstancias. Pero el miedo no debe detenerme. Por fin tengo lo que siempre soñé y no puedo dejarlo escapar…

Sin embargo, ¿por qué soy incapaz de sentir alegría?

Quizá sea porque ésta noche estoy sin ti y nos separan casi diez mil kilómetros de distancia. La cabeza me va a explotar. No sé si por el jet lag o por los remordimientos. No paro de recordar el momento de la llamada a las cinco de la madrugada. Tú ya dormías mientras yo permanecía en vela, con el corazón palpitando descontrolado a causa de esa nueva sensación que en mí habías despertado. De repente, oí mi móvil y salí corriendo a contestar para que no despertaras. Al otro lado, mi jefe decía:

¡Lo hemos conseguido! ¡El proyecto es tuyo! No hay tiempo que perder. Hay un billete a tu nombre rumbo a California y tu avión sale dentro de 5 horas. Haz las maletas corriendo, te espero en el aeropuerto. Hemos conseguido algo muy grande, muy grande…

Recogí mis cosas deprisa. Por un instante, me quedé mirándote. Estuve a punto de despertarte y contarte la mejor noticia de mi vida. Pero, por una vez, actúe con sensatez y me fui sin mirar atrás. Perdona que ni siquiera me despidiera, pero me temo que si hubiera pasado diez segundos más frente a ti, hubiera sido capaz de echar por la borda el trabajo por el que había luchado todos estos años.

Sé que te irá mejor sin mí. Al fin y al cabo, yo sólo te daba problemas. Como tú decías, soy una cabra loca incapaz de sentar la cabeza. Ya ves, por fin voy a hacer algo con mi vida, algo que realmente vale la pena. Ojala, por fin, te enorgullezcas de mí. En cambio, yo a ti siempre te he admirado, más que a nadie ¿lo sabías? Quizás no. Nunca me atreví a decirte todo lo que significabas para mí. Me harás mucha falta. Tendré que aprender a vivir sin ti.

Tal vez, logre convertirme en una mejor persona, como tú siempre quisiste. Así mereceré realmente que alguien como tú forme parte de mi vida. Y quizá el futuro vuelva a jugar en mi favor y cruce nuestros caminos de nuevo.

Quién sabe si para entonces, ya no existan excusas para volver a pasar mi noche sin ti.